Domingo, Cinco de la
mañana. Despierto sobresaltado por el sueño del que acabo de salir. En él
conversaba con dos viejos amigos de los que no sé nada ahora. Conversábamos de
lo que había sido de nosotros, de los rumbos que habíamos tomado y de pronto yo
me encontraba en un lugar que conocía (pero no lo recuerdo) tomando un café y
escribiendo en mi cuaderno de notas. ¿Qué
ha sido de ti Jim?, preguntaba uno de ellos. ¿En qué te has convertido? El gran Jim, eh… la joya Jim, me decía
el otro riendo. En un momento yo intervenía, ellos se sentaban a la mesa y hablaban
de lo que había sido de ellos. Quise responder a sus interrogantes, quise
contarles la historia de una vida, de una serie de eventos desafortunados y
afortunados, pero de pronto ellos desaparecen, se esfuman como ánimas y me veo
de nuevo solo allí escribiendo. Tomo el último sorbo de café, de pronto me fijo
en lo que había escrito en el cuaderno y decía en letras muy grandes: ¿En qué te has convertido Jim?... En ese
momento despierto y caigo en la cuenta que estoy en una habitación que no
conozco. Me preocupo, observo el lugar, suena una alarma, es el despertador.
Sí, son las cinco de la mañana Jim, estás en un hospedaje en San Mateo y es
hora de alistarse para salir a caminar. ¿No recuerdas? Joder, hombre, sí que
estás jodido de la cabeza. Lagunas Paticocha y Rondan, un trekk de 20 kilómetros, nivel exigente. Nada mal para empezar el
año y una buena ocasión para encontrarse con grandes amigos. ¿Ya recuerdas?
¿Sí? Bien, ahora ponte a escribir antes que lo olvides de nuevo.
Aquí la crónica de
uno de los eventos de una larga serie de aventuras de este trovador.
Llegamos a Chicla, un
poblado a 3700 metros de altura, el clima no era acogedor, pero para qué queríamos
sol si de eso ya teníamos mucho en Lima. Así que empezamos a caminar,
ascendiendo por el camino que nos conduciría hacia el primer paso a 4500
metros. El primer tramo es la ruta clásica para llegar a la laguna Nevería (por
si alguno la conoce y se puede orientar) y yo ya había hecho ese trayecto hacía
meses. El caso es que en aquella ocasión (fines de septiembre) el tiempo era
distinto. Ahora nos tocaba afrontar el camino en medio de una niebla que cada
vez se hacía más densa. El olor a humedad y la sensación de calor empezaba a
hacerse más evidente a medida que íbamos avanzando cuesta arriba. Primero por
un camino bien marcado por donde habitualmente transitan personas del lugar
llevando su ganado hacia las partes altas. Eran los primeros pasos de una
caminata que prometía ser magnífica y que en cierta manera lo fue, tanto para
el grupo que salió adelante como para los que llegaron un poco retrasados viviendo
en casi todo el camino emociones fuertes.
El grupo en Chicla (3700 msnm) |
El camino no era
fácil, uno que se inicia en estas lides con la montaña difícilmente podría
afrontar una experiencia fuerte, porque allí arriba con las condiciones
climáticas tan variopintas que nos ofrecen los Andes, no tienes más que una
opción: seguir avanzando. Y así seguimos subiendo, siempre por el camino
marcado, un sendero que a medida que ganábamos altura se iba haciendo más
angosto e iba desapareciendo o perdiéndose por la vegetación que en esta época
del año empieza a aparecer. El tramo hasta el abra Pisha es una subida de casi
900 metros de desnivel y en condiciones climatológicas ideales no presenta
mayores problemas. Esta vez la niebla, que para ese momento ya cubría gran
parte de la quebrada y dominaba las partes altas, nos jugó una mala pasada.
Tomamos el camino más complicado para llegar al abra, el despeñadero de rocas,
que con la humedad se convirtió muy peligroso. Hubo resbalones y golpes que más
adelante ya con la carga de la larga caminata nos pasarían factura. Lo
agradable fue ver a un grupo de vizcachas (para los no entendidos es un
mamífero roedor muy parecido a la ardilla por la larga cola y al conejo por las
orejas y el tamaño) jóvenes y adultas que corrían raudas por entre las rocas,
algunas de ellas se detenían a observarnos y luego de un salto desaparecían.
Pasamos las rocas y adelante todavía teníamos cascajo y tierra rojiza muy
húmeda por donde nos fuimos abriendo camino hasta llegar a un sendero un tanto
marcado que nos llevaría hasta el primer paso que debíamos pasar: el abra
Pisha.
Vizcacha |
En este primer paso
nos tomamos un respiro. Del otro lado podíamos contemplar la quebrada marcada
por un riachuelo y un refugio de pastores al pie de éste. Eran casi las nueve
de la mañana y debíamos seguir adelante. Aún debíamos alcanzar el punto más
alto de la ruta, un paso de montaña a 5050 metros de altura y hacía allí nos
dirigimos. Cruzamos la quebrada en este tramo y emprendimos la subida de nuevo.
El camino otra vez parecía haber desaparecido, solo había vegetación, el
terreno casi en su totalidad estaba cubierto con pastos e ichu (follaje que
sirve de alimento para las bestias) y había mucha humedad. Un tramo de subida y
llegamos a una pampa inmensa que debíamos atravesar. En ese momento el sol
parecía ganar la batalla contra la niebla, el cielo empezaba a despejarse y
algunos rayos (solares) lograron penetrar hasta la superficie. Sin embargo la
montaña nos tenía atrapados y de repente la niebla empezó a subir
intempestivamente junto a nosotros. Seguimos avanzando y subiendo después de
dejar atrás el llano. Llegamos hasta un punto donde había dos pequeñas lagunas
una al lado de la otra y al frente de ellas una cadena de montañas rocosas.
Vacunos pastando y patos andinos nadando, maravilloso paraje. Adelante todavía
debíamos afrontar un camino pedregoso y otro con mucha agua hasta llegar a unas
inmensas rocas desde donde se apreciaba la quebrada y todo el camino recorrido.
En ese momento ya el grupo estaba partido y podíamos desde allí ver a los
valientes que venían detrás. Un respiro y de ahí en adelante atacaríamos el
punto más alto del recorrido, el último Rush.
Nos abrimos paso entre cascajo, tierra rojiza suelta por la humedad y
finalmente limo ocre más compacto allí en el paso, el abra a 5050 msnm, al que
llegamos uno detrás de otro y del que teníamos una vista increíble de ambos
lados, microcuencas divididas por una cadena montañosa. Desde allí pudimos ver
la laguna Paticocha y la carretera que la bordeaba, la que debíamos tomar para
afrontar el último tramo de la ruta.
Patos Andinos |
Después de descansar
por casi una hora allí en la divisoria, emprendimos el descenso. Debíamos bajar
la ladera por donde no había un camino marcado. Así fuimos descendiendo y
pasando por diferentes tipos de terreno; entre tierra rojiza mojada, cascajo,
rocas y finalmente –ya en el llano antes de llegar a la laguna– bofedales. Ante
nuestros ojos se encontraba la laguna Paticocha (4800 msnm aproximadamente) y
por un momento pudimos descansar en sus orillas rocosas. Unas cuantas instantáneas
para el recuerdo y a seguir el camino. A partir de ese punto debíamos avanzar
por una carretera, la que nos conduciría hasta el punto de salida, la Carretera
Central.
Abra Paticocha (5050 msnm) |
Habíamos caminado un
poco más de diez kilómetros hasta allí y todavía nos quedaba medio tramo o un
poco más por recorrer. La niebla cada vez era más densa y el clima amenazaba
con ponerse más feo aún. Todo lo que tenemos que hacer es seguir la carretera,
dijo alguno y no nos perderemos. Ya en ese momento no podíamos arriesgarnos a
tomar atajos y caminamos y caminamos por la carretera que se hacía inacabable. Unos
revisaban sus cartas geográficas tratando de ubicarse, otros se ayudaban con el
Google Maps y todos concluíamos que aunque nos faltara un largo trecho no
debíamos desviarnos de la carretera. Así fue que seguimos y cada kilómetro se
hacía interminable. Las piernas empezaban a flaquear. El frío arreciaba, la
niebla nos abrazaba y el camino se hacía prácticamente invisible. Cada vez era más
complicado seguir avanzando pero no podíamos parar. Ya para ese momento se
había perdido la comunicación por radio con el grupo que venía retrasado, hacía
rato que no teníamos noticias de ellos y era preocupante.
Se acercaba la noche
y la caminata exigente del fin de semana se estaba convirtiendo en una de esas
aventuras épicas. De tanto en tanto nos deteníamos a descansar, rehidratarnos y
alimentarnos con lo poco que nos quedaba. En un momento la niebla empezó a
condensar y a convertirse en una leve llovizna, que con el viento que soplaba
contra nosotros era una especie de ventarrón. Debemos llegar a la Mina, dijo
uno de los que aparentemente conocía el camino. De allí en adelante estaremos
muy cerca de la carretera, concluyó y no habló más. Todos los que integrábamos
el grupo estábamos exhaustos, caminábamos por inercia porque sabíamos que era la
única opción. Al fin pudimos alcanzar la Mina, en realidad era una quebrada que
habían convertido en un relavera
(lugar donde se almacenan los desechos de una mina). La visión era totalmente
nula, no se podía distinguir casi nada a sólo metros, pero ya estábamos
afrontando los últimos kilómetros del recorrido con lo último de fuerzas que
nos quedaba. Unos golpeados, otros cansados, algunos con dolores de cabeza y
resfriados, pero todos llegando jodidamente satisfechos al ver por fin la
Carretera Central. Ya la noche enseñoreaba y algunos amigos todavía se
encontraban en alguna parte del camino, no sabíamos cuánto demorarían en llegar
o si estaban bien, era un dilema. El camino para nosotros había terminado allí, en el paradero ‘Rosaura’,
la entrada de la Mina (aparentemente del mismo nombre); estábamos en cierta
manera contentos de estar allí, había terminado una travesía más. En total
hicimos más de 20 kilómetros y casi 12 horas caminando. Una caminata de altura,
de esas que son imprevisibles, que te dejan momentos inolvidables, momentos que
seguramente se seguirán dando de tanto en tanto.
Todos allí, los que
vamos a caminar por la montaña, buscamos escaparnos de la agobiante ciudad y
sabemos que allí arriba podemos experimentar grandes vivencias, vivencias que
muchas veces suelen rozar con el masoquismo. Sí, porque sabemos que vamos a
acabar exhaustos, que muchas veces llegamos casi sin aliento, con las piernas
destrozadas, jodidos en gran manera. Al final no sabemos ya lo que sentimos, si
dolor o sed o hambre o frío o desamparo, pero allí al final del camino todos
tenemos una jodida satisfacción de haber terminado una aventura más. Eso es lo
que nos impulsa a regresar y ya estar planeando otra caminata, otro ascenso,
otra aventura extrema. Parece mentira pero fue ayer, nada más, que estaba
sentado en una roca al lado de la carretera, afiebrado y con un arranque de
escalofríos, esperando a que nos recogieran. Ya en el bus veníamos bromeando y
riéndonos de todo lo sucedido en la travesía. Quizá el citadino nunca lo
entienda, hasta puede pensar que estamos jodidos de la cabeza y sí, quizá lo
estamos un poco (sino completamente) pero al menos allí arriba vivimos
experiencias que quedan y se recuerdan como grandes aventuras casi épicas. Y
esta fue una más y vendrán muchas otras, eso es más que seguro.
Lima, 10 de febrero de
2014.
Etiquetas: Chicla, Laguna Paticocha, Red de Montañistas de Lima, Trekking, Yo soy de Ambiente
Joe!!!
ResponderEliminarQue gusto que estes en el mundo blog : )
.....que buen post y fotos de la Laguna Paticocha, fue una caminata larga especialmente la bajada.
Saludos