Ay mamacita, por qué han ido pues, el clima está feo ahí. Pobrecitos –decía la señora de la tienda y se lamentaba–, parecen extranjeros ustedes. Cuídense jovencitos, que les vaya bien –concluyó la señora al despedirse poniendo una cara de compasión, otras señoras que estaban en la tienda nos miraron mientras salíamos y también se despidieron. Estábamos de vuelta en Huaral, con las zapatillas empapadas, algunos estrafalariamente vestidos, con lo último de ropa seca que nos quedaba. El fin de semana estaba terminando, otro fin de semana fuera de la ciudad en busca de nuevas aventuras. Habíamos estado en Rupac, la Ciudad de Fuego, aquí la crónica.


Sábado muy temprano, terminal de Z-Buss en Acho, seis personas porteando sus mochilas se embarcan hacia una aventura en la montaña. El viaje hacia Huaral demora alrededor de dos horas y media. Carretera Panamericana Norte, variante de Pasamayo y la vista del Pacífico bajo el cielo gris limeño. Llegan a su destino pero todavía deben subirse a un bus pequeño que los llevará hacia su objetivo, allí en la sierra huaralina. Tres aventureros más se suman en la tierra de la salchicha y juntos se embarcan hacia La Florida. En Huaral todavía sienten el bochorno, aunque no había brillo solar el ambiente era caluroso. Conforme se adentran al valle, el clima va cambiando. Grandes viveros, extensas chacras frutales, tramos de terrenos áridos y continuan avanzando siguiendo el curso del río Chancay. Al tomar el desvío a la altura de un puente en construcción, el clima ya es otro, se empieza a sentir el frío y el cielo dibuja grandes nubes entre azulinas y negras. Un camino serpenteado y angosto se abre paso por las laderas de los cerros húmedos rodeados de cactáceas, es el panorama  del ascenso. El pequeño bus sortea piedras sueltas en la carretera en mal estado, las lluvias son las causantes de deslizamientos y desprendimiento de rocas. De un lado el cerro del otro un abismo que se hace cada vez más profundo a medida que se gana altura. La pregunta de siempre resuena: ¿falta mucho? Nadie lo sabe, ya los vidrios de las ventanas no dejan ver el paisaje, la niebla que se condensa empieza a caer como pequeñas gotas de lluvia y el conductor hace el primer presagio. Puede que el camino de La Florida hacia Pampas (el llamado pueblo fantasma) este en muy malas condiciones, si es así no podremos llegar; informa y algunos se alarman. Pero para comprobarlo todavía les falta un tramo. Por fin llegan a La Florida, el verdor allí es impresionante. El pequeño bus se detiene, todos bajan y sí, está cayendo una leve lluvia. Es mediodía, el almuerzo espera, la travesía está por comenzar.

¿Qué tienen en común Machu Picchu, Choquequirao, Cuelap y Rupac? Todos son parte del rico patrimonio de nuestro pasado. Los tres primeros muy conocidos, son recorridos y visitados por casi todo turista nacional y también el que llega de fuera; el último casi desconocido. A todos se llega caminando, porque son construcciones encima de la montaña. Todas son magníficas construcciones con piedra, que a veces parece imposible imaginarlas tan perfectas. Rupac y en general todos los asentamientos de los Atavillos son construcciones aún más impresionantes. Los Incas empezaron a usar la madera en sus construcciones, generalmente en los techos, y evidentemente muchas de ellas se han ido degradando con el paso del tiempo. Rupac es todo piedra, sí, hasta los techos de sus construcciones son de lajas superpuestas de una manera que hace evidente el conocimiento de técnicas constructivas impresionantes. Emplearon conocimientos de dinámica y estática para construir sus Cullpis con resistencia antisísmica. Algunas de las construcciones de los Atavillos tienen más de 900 años y todavía siguen en pie a pesar del abandono y la falta de puesta en valor. Aquí la diferencia de este asentamiento huaralino, acaso un Machu Picchu limeño o aún más impresionante.



Era mi segunda vez en Rupac, ese camino me recordaba la salida de hace un año, sólo que esta vez todo era humedad y mucho más verdor. Está vez sería una aventura diferente. Ya habíamos almorzado en la casa de una amable pareja que nos atendió maravillosamente y tocaba ver qué tan cierto era lo de llegar caminando hasta Pampas. Nos subimos al pequeño bus ya con una que otra gota de agua encima. Avanzamos lento, el camino hasta cierta parte era accesible, parecía que llegaríamos cuando de pronto empezamos a patinar. Nos bajamos, el bus intentó avanzar sin éxito. ¿Cuánto faltaba? Por lo menos la mitad del camino, dijo el conductor. No había más que hacer, tomamos las mochilas y nos preparamos para la lluvia, la precipitación ya era más fuerte en ese momento. Todos listos con los impermeables, algunos improvisando con plásticos pero todo valía para evitar mojarse. Empezamos a caminar, ya eran casi las tres de la tarde y ese tramo nos llevaría un poco más de una hora. El trayecto a través de la carretera aparentemente no sería complicado pero nos tocó sortear charcos, lodazales y en dos o tres ocasiones tuvimos que bordear la carretera porque una inmensa laguna de agua cubría la totalidad del ancho de esta. Pero llegamos a Pampas y el itinerario que comprendía subir y acampar al pie de las construcciones de piedra se modificó. Decidimos armar el campamento allí, en el pueblo fantasma y a la mañana muy temprano subir hacia Rupac. Seguía lloviendo, la hierba que cubría casi la totalidad de las angostas calles del pueblo almacenaba gran cantidad de agua y las partes barrosas y resbaladizas hacían un poco difícil el desplazamiento. Armar las carpas bajo la lluvia no era una idea acogedora, lo otro era encontrar una casa abandonada a la que pudiéramos entrar y quedar protegidos bajo su techo. Y sí, las chicas exploradoras encontraron una muy bien conservada. Una grande casa de dos pisos que nos sirvió de guarida esa noche, no supimos hasta después de habernos instalado que alguna vez el lugar había servido de escuela, por lo menos así pregonaba una inscripción en la fachada: Escuela Normal Rural. Anocheció y no había mucho que hacer allí, las condiciones tampoco eran favorables. La niebla había invadido las calles y el pueblo parecía sacado de una película de terror, no en vano le dicen el pueblo fantasma. Así y todo algunos decidimos ir a dar una vuelta. El campanario de la iglesia, al que accedimos por una angosta escalera, casi echa para enanos, nos sirvió de refugio por un momento y luego de inmortalizar el momento con sendas fotografías y filmaciones regresamos a la casa-hotel. La noche sería larga, entre preparar la cena y la camaradería terminamos cada uno en su bolsa de dormir cual larvas en sus capullos. El sábado se terminaba, al día siguiente muy temprano esperábamos tener mejores condiciones climáticas para alcanzar la cima de la montaña.




Las gotas gruesas de la lluvia caían sobre el techo de dos aguas, el sonido que producía era uniforme y no cesaba. Todavía no amanecía, miro el reloj, van a ser las cinco de la mañana. Algunos empiezan a despertarse. Uno pregunta si vamos a salir. Esperaremos a que pare la lluvia, le respondo y vuelvo a intentar seguir durmiendo pero es imposible. En un momento empieza a bajar la intensidad de la precipitación, es buena señal. Para las seis de la mañana ya había cesado por completo. Salimos de nuestros refugios y nos preparamos, teníamos que aprovechar el tiempo. El cielo empezaba a despejarse, parecía que un buen clima nos acompañaría. La vista de la quebrada era impresionante, un banco de nubes la cubría casi en su totalidad. El olor a humedad se entremezclaba con el aroma de algunas hierbas, la mañana estaba hermosa. Así empezamos el ascenso sólo con lo necesario. El camino se presentaba barroso y muy resbaladizo, sin duda la lluvia había hecho su trabajo. Caminamos con cuidado, siempre con una hermosa vista de lo alrededores. Eso era estar desconectado de la ciudad. El sonido del agua en su trascurso por la quebrada, el canto de las aves, la niebla y la humedad, sentir y vivir la montaña. El tiempo empezaba a mejorar, el sol quería aparecer por momentos pero de un momento a otro la niebla empezó a subir. Ya habíamos pasado el puente de madera, nos desplazábamos por la ladera opuesta y empezábamos a ganar altura. El grupo se había dispersado pero todos íbamos con un solo objetivo, arribar a Rupac.







Y llegamos, después de disfrutar casi dos horas y media de caminata en subida. Ya en ese momento empezaba a caer una leve llovizna que nos obligó a ponernos los ponchos impermeables. Para las diez de la mañana estábamos todos reunidos ya en la cima, el frío empezaba a arreciar y ahí no más debimos emprender el retorno. Los que arribamos primero tuvimos tiempo suficiente para dar una vuelta por las magníficas construcciones. Sin duda la niebla y la lluvia le daban otro feeling al recorrido. Descubrir tal riqueza arqueológica que a pesar del tiempo y de las condiciones meteorológicas han logrado mantenerse en pie.




Las construcciones de los Atavillos dejan evidencia de una cultura milenaria muy rica. Ellos edificaban sus casas y centros ceremoniales en base a sus creencias. Veneraban al sol (huillca) y a la luna (pasac). El culto a los muertos también formó parte de sus rituales religiosos, prueba de ello es que cada Cullpi tiene su propia Chullpa (tumba). Como parte del ritual se sacaba a procesión el fardo funerario (mallqui) y si era un antepasado principal se le ofrecía sacrificios, luego lo devolvían a su tumba. Esta civilización que ocupo gran parte del valle del río Chancay fue conquistada por los Incas alrededor del año 1400. Luego vendría la conquista española y el ocaso de un imperio. Pero las edificaciones de piedra aún siguen allí, casi intactas. Muchas de las Chullpas aún conservan los restos humanos, lo que alguna vez fueron fardos funerarios ahora son huesos expuestos casi a la intemperie. A pesar de todo, Rupac se ha mantenido en pie y guarda mucha información de un pasado que no se debe olvidar.


El retorno fue otra travesía. De todo el grupo sólo cuatro nos arriesgamos a ir casi patinando y resbalándonos hasta el otro asentamiento del cual se aprecia todo el valle. Allí se pueden apreciar más construcciones sorprendentes al filo del desfiladero. Una imagen impresionante de las Cullpis entre la niebla, había valido la pena. Las condiciones del clima amenazaban con ponerse más feas, así que emprendimos el retorno y empezamos a descender por un camino hecho un lodazal. No fue fácil, el piso se presentaba muy resbaloso y seguía cayendo una lluvia leve pero continua. Algunos estábamos ya empapados y resistiendo la humedad hasta llegar al refugio en Pampas. Sorteamos de todo en el camino y al final teníamos la satisfacción de haber hecho un recorrido distinto a lo planeado pero igualmente maravilloso. Sí, el clima nos jugó una mala pasada pero estuvo bien. Ya con todo el grupo reunido recogimos las carpas, nuestras cosas y nuestra basura. La mejor noticia que tuvimos allí fue que el pequeño bus había logrado subir hasta Pampas, así que no teníamos que caminar más. Dejamos atrás aquella casona acogedora mientras la lluvia volvía a caer. Así nos despidió Rupac, con agua. ¿Qué no era la Ciudad de Fuego? Pregunto alguien por allí irónicamente. Si pues, pero no te debes fiar y uno en la montaña debe estar preparado para afrontar todo. Además no hay nada más rico que caminar bajo la lluvia y que las gotas de agua te golpeen el rostro. Rico y maravilloso, así fue esta nueva aventura por la ruta de los Atavillos.



Siempre es grato volver a subir esa montaña en la sierra huaralina y descubrir en la cima un asentamiento muy bien conservado. Duele y jode (sí, jode, llega a los cojones) encontrar restos de basura (botellas plásticas, latas de conserva, etc.) en un lugar tan hermoso. Y es que no hemos aprendido a ser responsables con algo que es nuestro. Me incluyo porque formo parte de esta jodida ‘civilización’ que no ve más allá de su ego personal. ¿Qué les cuesta llevarse su basura? ¿No pueden cargar una lata vacía o una botella? Preguntas que parecen retóricas porque muchas veces no encuentro respuesta para ellas. Si alguna vez mi pluma sirve para cambiar esto, daría todo lo que tengo para que así sea. Ojalá alguna vez aprendamos a dejar sólo nuestras pisadas como único rastro de nuestro paso por la montaña. Ojalá y así sea por el bien de la naturaleza, por el bien de nosotros.


¿Quieres ir a Rupac? Aquí te dejo algunos datos que te pueden servir.

¿Cómo llegar?

®   Lima – Huaral: Comprende un recorrido de 65 kilómetros por vía asfaltada empleando algo menos de una hora en auto y dos horas en bus.
®   Huaral – La Florida: Comprende un recorrido de aproximadamente 60 kilómetros el recorrido se hace por un camino carrozable afirmado. En Huaral encuentras 'combis' y mini-van que pueden llevarte hasta La Florida y luego hasta Pampas. Es recomendable hacerlo en grupo. Una mini-van lleva hasta 10 personas. Esta etapa del viaje dura entre 2 y 3 horas y llega en un primer momento al puente Mataca, desde donde toma un camino carrozable a la derecha.
®      La Florida – Pampas: Comprende una trocha carrozable desde La Florida que se halla a 2450 msnm, hacia la comunidad de Pampas situada a 3078 msnm, este camino también se puede hacer a pie por un camino de herradura.
®  Pampas – Rupac: Desde Pampas tendrás que caminar por un camino de herradura. Rupac está situada a 3475 msnm, la distancia entre Pampas y Rupac es de 8 kilómetros y el desnivel es de 697 metros aproximadamente. Este recorrido te lleva unas 3 a 4 horas.

¿Cuánto cuesta?

®      El boleto de bus Lima-Huaral-Lima: 16 soles.
®      Movilidad Huaral-Pampas-Huaral: Entre 40 a 60 soles.
®   En La Florida deberás pagar la suma simbólica de 5 soles por la entrada a la zona arqueológica.

¿Cuál es la mejor temporada para ir?

®   En general se puede ir a Rupac en cualquier momento del año. Si vas en temporada de lluvias que va desde diciembre hasta abril, tienes que ir preparado. En estos meses los caminos están en mal estado. Hay mucha vegetación y el suelo es muy resbaloso. Se puede ir pero con cuidado.
®    El resto del año el clima es más agradable, durante el día está soleado pero en las noches baja la temperatura y corren vientos fuertes. En estos meses es más recomendable ir a Rupac. Además tienes el plus de poder ver un hermoso atardecer desde la cima de la montaña.

LO ÚLTIMO:
Otra alternativa para llegar a Rupac es viajar de Lima hacia Huaral y de Huaral hacia Huayopampa, pueblo desde donde también se puede ascender a Rupac.
El trayecto Lima-Huayopampa se hace en vehículo. Desde Huayopampa (1878 msnm) a Rupac el recorrido se hace a pie o en acémila, siendo la distancia la misma que de La Florida a Rupac con la diferencia que hay que vencer un desnivel de 1600 metros aproximadamente.