-   Ehi! Chicos, cuándo salimos de caminata, ya nos toca un poco de naturaleza. -dijo Nelly mientras cenábamos y conversábamos en el ‘Provence’ del Real Plaza.
-   Edith es la chica de las caminatas –repliqué- a ver cuándo nos organiza una de esas salidas.
-   ¿Por qué no vamos a Pachacámac? ¿Han oído hablar de las Lomas del Manzano? –volvió a increpar Nelly.
-   Johan, tú que vives por allá, debes conocer. –esta vez era Edith la que tomaba la palabra.
-   Eh… en realidad no. Nunca he oído hablar de aquellas lomas, las únicas que conozco son las de Lúcumo.
-   A mí me han dicho que están en Pachacámac, no muy lejos de las de Lúcumo. A ver si nos vamos para allí, un fin de semana. –Nelly sí que estaba ansiosa por conocer las cojonudas Lomas del Manzano.
-   Entonces hay que averiguar y organizamos una salida para conocerlas. –fue mi respuesta.
-   Y, ¿por qué no la organizas tú esta vez? –me dijo Edith- Esta vez te toca a ti organizar la salida.
-   Bueno, está bien. –no me quedó otra que aceptar, ante la afirmación casi imperativa de Edith.- Entonces hay que definir la fecha.
-   ¿El 23 está bien? –dijo alguien por ahí, a lo que todos hicieron señal de aprobación.
-   Entonces el domingo 23 será. –dije y no se habló más del tema en esa noche.



Los días previos a la caminata, estuve investigando sobre aquellas lomas de las que Nelly había oído hablar, las cuales eran desconocidas para mí. ¿Cómo es que alguien que vive más de 15 años en Pachacámac, jamás ha oído hablar de esas benditas Lomas?, me preguntaba avergonzado. ¿Qué he hecho en todo este tiempo?, me volvía a increpar; pero no ganaría nada tratando continuamente de sermonearme. Tenía que ver la forma de cerciorarme sobre aquel lugar, no había tiempo que perder. Lo poco que encontré en el internet me sirvió para darme cuenta que además de las ‘Lomas de Manzano’, había otras muchas más y todas en Pachacámac. ¡Joder!, que desperdicio de tiempo y que dejadez por parte de las autoridades municipales de no dar a conocer estos lugares excepcionales. Había que hacer algo con esto y este sería el primer paso.


De todo lo investigado, logré recabar importante información sobre el lugar. En un momento quise ir a ver cómo era el lugar, antes del día pactado con las chicas, para ver si el lugar contaba con rutas marcadas o por lo menos era accesible y de libre tránsito. No logré mi cometido y así la salida del domingo 23 sería toda una aventura a lo desconocido, al menos para nosotros que nunca habíamos estado por aquel lugar.




Y así llegó el domingo pactado. El itinerario decía que nos encontraríamos en el Trébol de Javier Prado, para luego enrumbar hacia el primer distrito turístico del Perú. Me levanté pasadas las cinco y media de la mañana. El sábado había sido demoledor y no había dormido más que cuatro horas, pero las ganas de caminar y explorar estaban intactas. Salí un poco tarde de casa, pero con margen de llegada para estar ahí a la hora pactada. Llegué y sólo estaban Jennifer y Daniel. Después del respectivo saludo, pregunté si tenían noticias de las demás chicas, a lo que me respondieron negativamente. Sólo nos quedaba esperar. De pronto llegó Magnolia. Nelly estaba por llegar y Edith se comunicaba conmigo para anunciar que estaba a cinco minutos.
Al fin todos arribaron y estábamos listos para subir al bus que nos acercaría más al día trajinado que nos esperaba. Eran casi las ocho de la mañana cuando enrumbamos hacia Pachacámac y ahí estábamos sin haber tomado desayuno y ansiosos por llegar lo más pronto posible. En el trayecto cada quien aprovechaba el tiempo para hacer algo útil. Edith llevaba un cuaderno de religión que había hurtado de uno de sus alumnos, lo sacó de su morral y se lo dio a Jennifer para que le tomé un repaso de lo que supuestamente le irían a tomar en un examen de catecismo. Preguntas como: ¿Cuántos fueron los discípulos de Jesús? ¿Cómo se fue Elías al cielo? ¿Quién fue el primer discípulo mártir? ¿En verdad María Magdalena fue la esposa de Jesús?, entre otras, se vinieron sucediendo a lo largo del camino, en medio de risas y cánticos. Había veces en las que yo me entrometía y contestaba a las preguntas, dejando a Edith con la respuesta en los labios, o al menos era eso lo que ella aparentaba. Las demás personas del bus nos observaban con cara de pocos amigos, pero ahí estábamos haciendo un poco ameno el viaje.
Magnolia y Nelly por su parte iban en la parte delantera del bus, las dos enfrascadas en sus anotaciones y quehaceres post-universitarios. Estaban tan mimetizadas con su cálculos que ni se percataban en qué lugar nos encontrábamos. Podíamos haberlas dejado ahí y ellas ni cuenta se daban. Y así llegamos a Pachacámac mucho antes de lo pensado. En un instante estábamos ahí en la entrada de lo desconocido.


Lo primero que hicimos fue abastecernos de agua, frutas, y demás cosas básicas. El desayuno fue variado, algunos preferimos galletas, panes, yogurt y cosas por el estilo. Pero teníamos que seguir. Y como buen organizador de la caminata, recaía en mí la responsabilidad de indagar y buscar alguna movilidad que nos acerque a la base del cerro ‘Manzano’. Así empecé por los moto taxistas.
-   Buenos días. ¿Cómo llegó al Cerro ‘El Manzano’?
-   ¿El cerro qué…?
-   Queremos llegar a la Lomas del Manzano, –le comencé a explicar- sé que por aquí es la entrada pero quisiera saber si me podrían llevar hacía la base donde podamos iniciar a caminar.
-   A ver… Lomas de Manzano… no tengo idea de cómo llegar. –me respondió un tipo calvo con un chaleco amarillo.
-   Ah… no conoce –repliqué y me alejé sin haber obtenido nada de información.


Regresé a dónde estábamos reunidos y aún sin respuestas intenté serenarme, cuando vi a otro grupo de moto taxistas, a los que me acerqué  a preguntar.
-   Hola, como están.
-   Que tal…
-   Queremos ir a las Lomas de Manzano –les dije esperando obtener esta vez una respuesta positiva.
-   Claro, te podemos llevar –me dijeron y por fin pude estar más tranquilo.
-   Qué bien, es la primera vez que venimos por aquí y queremos caminar un poco por las Lomas, hacer un poco de Trekking, -sus caras de desconcierto avizoraban que no tenían idea de lo que significaba esa palabra- en fin, cuánto nos cobran, somos seis personas.
-   Tenemos que ir en dos motos. Tres soles por cada uno y los llevamos. – ¡Joder!, me dije a mi mismo, por lo menos estos patas conocen el lugar.
-   Está bien, pero nos dejan en el lugar indicado.
-   Claro, te dejamos en el portón, de ahí puedes caminar lo que quieras.
-   Hecho.


Así tomamos las motos y nos adentramos a las lomas. Por el camino los cerros ya dejaban ver su verdor y una densa niebla se iba apoderando del lugar a medida que íbamos avanzando. Las motos aceleraban y en un momento llegaron a derrapar por el fangoso suelo. De pronto se acaba el camino y un cerco transversal a lo largo del cerro avizora que hasta ahí es dónde nos llevarán las motos.
Y sí, llegamos al portón donde habíamos pactado que nos dejarían y una vez allí no sabíamos o más bien augurábamos que no nos dejarían pasar. Mientras eso arribó un joven ciclista, al que Edith lo utilizó de fotógrafo para inmortalizar nuestra caminata, o por lo menos tener una instantánea en la entrada del ‘Santuario del Amancay’, que es  una especie de área reservada a cargo de Cementos Lima, y a la cual los ciclistas tienen pase libre pero los caminantes como nosotros debemos de pedir permiso anticipado para que autoricen el ingreso. Así que no podíamos ingresar y para eso ya tenía un ’plan B’.




Tuvimos que regresar por el camino por el que habíamos llegado y tomar un desvío que previamente ya había avistado mientras llegábamos con las motos. Todo parecía empezar a derrumbarse. Yo trataba de contar historias y anécdotas amenas para entretener a los caminantes, que ya empezaban a desconfiar de mi capacidad de organizador de caminatas. Los mosquitos y los perros eran una amenaza, pero el clima felizmente era agradable. Había niebla y una ligera llovizna parecía caer sobre las lomas cubiertas de vegetación. La vista era agradable y eso hacía más alegre el haber tenido que regresar y quedarnos con los crespos hechos por no haber podido ingresar por aquel portón. Al fin y al cabo estábamos caminando, lo cual era precisamente motivo de nuestra salida.


Llegamos al desvío y empezamos a subir, por fin subíamos, y otra vez las chicas preguntaban a dónde las estaba llevando. La verdad era que ni yo sabía lo que había más allá del camino, pero por eso estábamos ahí, para descubrir juntos lo que las lomas nos podían brindar. Así es que caminamos y caminamos; y cuanto más avanzábamos, más verde era el entorno. De pronto todo se tornó verde, de un verde hermoso y vivo. Un manto verde con puntos amarillos y lilas, color de las flores características de las lomas. El ruido de las aves conjugaba con el aroma húmedo del lugar. Se respiraba tranquilidad y por fin todos nos vimos sorprendidos y agradecidos a la naturaleza por aquel hermoso lugar.

Mientras subíamos nos cruzamos con decenas de ciclistas que previo descanso proseguían o iniciaban su recorrido por aquellas lomas de ensueño. Ya la desazón había desaparecido, ahora todo era sonrisas y disfrute del camino. Yo iba marcando el paso y mientras más se hacía empinado el camino, hacíamos paradas para inmortalizar el momento, para hidratarnos, o discutir por dónde caminaríamos, si seguíamos hacia la cima del cerro o descendíamos. En un momento las chicas quisieron regresar e ir a dar una vuelta por las archiconocidas Lomas de Lúcumo, pero al final decidieron seguir descubriendo ‘El Manzano’.




La subida se hizo imposible por los constantes resbalones, el terreno se volvía fangoso y no nos permitía seguir subiendo. Así que decidimos descender y seguir otro rumbo. Ya que habían decidido -por insistencia mía- seguir en aquel lugar, tomamos un sendero hecho para ciclistas pero que permitía el paso de caminantes en fila india. Y por ahí es que seguimos nuestra travesía. Yo siempre iba adelante para cerciorarme que el camino era transitable, así las damitas podían caminar seguras. Hubo resbalones y de aquellos, las zapatillas con cocada ya no eran una garantía; el terreno estaba húmedo, lo que dificultaba el descenso. Pero así de resbalón en resbalón –creo que Daniel fue el que más lo sufrió- y de risa en risa, rodeados de tanta belleza y ladridos de perros furiosos que amenazaban con hacer correr a los más valientes, íbamos avanzando. Edith no paraba de bromear con la posibilidad de ‘ahorcarme’ por haberla llevado por tan escabroso camino, pero en el fondo estaba más feliz que nunca.





Así llegamos hasta dónde pudimos, hasta dónde se podía llegar, ya que chocamos nuevamente con la gran muralla separadora de Cementos Lima, la cual no podíamos atravesar sin que antes nos caiga una ráfaga de proyectiles (esto no es verdad). Ya para ese momento –cerca al medio día- el cansancio empezaba a sentirse en las piernas y no habiendo más por descubrir, empezamos el retorno. Esta vez iríamos por el camino afirmado, por donde había algunas casas y donde también nos esperaban una docena de perros entrenados para hacer respetar sus límites. Pero para los perros las chicas ya sabían lo que tenían que hacer –ya les había dicho cuál era el secreto para ahuyentar a los perros- y no se harían problemas.



Y los perros no hicieron más que regañar cuando pasamos por sus dominios y ahí nomás estaba el detalle curioso del día, un papagayo en una pequeña jaula de canarios, con una mirada acongojada y melancólica, por la desdichada vida que de seguro llevaba. Pero no se podía hacer nada, aun con la impotencia de querer liberarlo de los barrotes, si me atrevía a dar un paso hacia la jaula de seguro la jauría de perros se me abalanzaba y hubiera terminado en serios problemas. Así que lo mejor era pasar y seguir el sendero de regreso.


Previo descanso, hidratación y degustación de algunas frutas, seguimos caminando hacia la salida. En ese momento el sol ya empezaba a ganar su lucha contra la niebla y ya hacía aparecer sus primeros rayos del día. Para ese momento ya la caminata estaba en su último tramo, así agradecimos al clima por habernos tratado de lo mejor aquel domingo.


Regresamos por otro camino y como era evidente nos desorientamos o más bien las chicas creían que estábamos perdidos, pero en ningún momento me sentí así. Yo quería que siguieran caminando y trataba de hacer la conversación más amena, cambiando de tema constantemente, no dejándoles opción para que preguntaran: ¿Falta mucho?, ¿Ya llegamos?, ¿Estás seguro que es por aquí?, ¿Por qué no tomamos una moto?, y preguntas por el estilo. A las que yo respondía: Ya vamos a llegar, no se preocupen. Pero lo cierto era que también estaba desorientado.



Llegó un momento en que ellas ya no pudieron más, podía ver en su rostro el cansancio. Edith y Nelly eran las más ‘quejonas’ y cada auto o moto que veían irse, era para ellas un desgarrador episodio, ellas de seguro querían estar en uno de esos.
Magnolia caminaba a mi lado y no decía nada, también estaba cansada pero si teníamos que llegar caminando hasta la plaza de Pachacámac, ella hacía el trayecto sin problemas. Aunque eso no era motivo para no pensar que debían abordar un vehículo motorizado para salir del apuro.
Jennifer caminaba más adelante junto a Daniel y por lo que él me comento luego, no faltaba nada para pedirle que la lleve en brazos porque no podía más.
Y ahí no más apareció la moto salvadora, donde las chicas sin pensarlo dos veces la tomaron y nos dejaron a nuestra suerte. Claro que nosotros como ‘machos’ podíamos terminar el trayecto sin problemas, siempre es así. Pero de haber sido otro el panorama –quiero decir si no hubiera sido en Pachacámac- de seguro también hubiera preferido abordar una moto.
Pero no, esta vez llegaríamos por nuestro propios medios, y seguimos caminando hasta llegar por fin a la carretera y un poco más y ya estábamos en la plaza, la tan ansiada plaza de armas del primer distrito turístico del Perú.
Ahí nos reunimos otra vez con las chicas y después de dar una vuelta a la famosa plaza, decidimos por insistencia de Nelly –que estaba hambrienta- buscar un restaurante para almorzar. Entramos al ‘Huarique de Don Cucho’ un restaurante al costado del edificio de la municipalidad, en el que –a decir verdad- preparan unos plantos exquisitos, ideales para después de una larga y amena caminata.
Ya eran casi las cuatro, cuando tocaba despedirse. Y previo acuerdo de nuestra próxima salida, pactada para el 8 de octubre, fuimos saliendo a la avenida principal, donde me separaría de Daniel y de mis bellas compañeras de caminata, grandes amigas con las que he compartido grandes momentos, y con las que espero seguir disfrutando de momentos inolvidables como este. Las despedidas deben ser fugaces dicen, para así la vez que nos volvamos a ver sea como si no nos hubiéramos separado; y así fue. De repente apareció un bus y todos fueron a su alcance. Yo tomaría el camino que me llevaría a casa en menos tiempo.
Y así se terminó el domingo 23. Un domingo de caminata, por el último bastión verde que queda de esta Lima gris y desordenada. Nos fuimos con la promesa de volver, nos falta mucho por explorar. Aún nos espera el ‘Santuario del Amancay’, el ‘Cerro Pan de Azúcar’, y muchos otros lugares hermosos y dignos de visitar. Y allí estaremos en una próxima aventura, que de seguro también será documentada.